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La trivialización de los medicamentos

Un tercio de la población española se automedica para acabar con dolencias leves según AEGON. Un panorama que empeora cada día debido a vicios culturales, el papel de las redes sociales y la incongruencia dentro de las clasificaciones de medicamentos

Nadie dejaría que una persona sin formación llevase a cabo una operación en un hospital. Ni si quiera poner una inyección en un centro médico. Todo el mundo coincide en la necesidad de estar en manos de profesionales cualificados como algo indiscutible. Sin embargo, cuando se trata de medicamentos el barómetro cambia. Muchos se atreven a seguir los consejos de familiares, amigos o, incluso, influencers para subsanar ciertos malestares. Resfriados, dolores de cabeza o dolor menstrual son algunas de las dolencias que se suelen solucionar con medicinas no prescritas por médicos.


Aunque es cierto que los medicamentos han contribuido de una forma esencial a aumentar la esperanza de vida. No podemos dejar a un lado la necesidad de hacer un uso racional de los mismos y la importancia del papel de médicos y farmacéuticos en esta labor. Por este motivo, en 1990 se estableció la primera Ley del Medicamento (Ley 25/1990) en España. El objetivo era crear un sistema que permitiese a los ciudadanos recibir las dosis adaptadas a sus necesidades clínicas. Siempre con la información necesaria proporcionada por un profesional para un uso correcto y al menor coste posible.


 El 26 de julio de 2006 tuvo lugar una actualización de la legislación y se implantó la Ley 29/2006 de Garantías y Uso Racional de Medicamentos y Productos Sanitarios, conocida como «Nueva Ley del Medicamento». Su principal objetivo era armonizar nuestra normativa con el reglamento europeo y racionalizar el gasto y consumo farmacéutico. Una norma refundida a través del Real Decreto Legislativo el 24 de julio de 2015 donde prácticamente no hay cambios significativos más allá de ciertos cambios terminológicos.


A pesar de todas las normativas vigentes, durante años ha sido común la compra de medicamentos como el Ibuprofeno sin la respectiva receta médica. Hace unos meses las alarmas saltaron cuando gran cantidad de medios de comunicación destacaron la inminente necesidad de presentar una receta para comprar estos productos de uso cotidiano en las boticas. Al mismo tiempo, las redes sociales se hacían eco de un aviso de la agencia francesa del medicamento (ANSM) sobre los efectos negativos que podían acarrear antiinflamatorios como el Ibuprofeno o el Ketoprofeno. ¿Tendrían algo que ver ambas cosas?


Lo cierto es que la alerta despertada por la ANSM estaba basada en una investigación encargada a sus centros de Tours y Marsella. Un estudio[1] que comenzó en el año 2000 analizando a 337 pacientes que sufrían infecciones y que se habían visto perjudicados por la toma de Ibuprofeno durante su recuperación. Otros 49 después de consumir ketoprofeno. La hipótesis que sostienen tras los resultados es que los antiinflamatorios interfieren en el sistema inmunitario cuando se tratan infecciones como las anginas o la faringitis, pero todavía no está claro hasta dónde llegan sus efectos. Por este motivo, aconsejaron priorizar el Paracetamol frente al Ibuprofeno para ciertas problemáticas. Además, pidieron la puesta en marcha de una investigación europea al respecto. El objetivo es realizar un estudio que arroje datos fidedignos y refutados científicamente antes de tomar medidas por conclusiones apresuradas.

“Nunca supondrán un riesgo para la salud del paciente si cuenta con una supervisión” afirma Nicolás Mateo, farmacéutico extremeño.

Cualquier medicamento tiene una larga lista de efectos secundarios en sus prospectos y siempre hay en marcha investigaciones que trabajan con la balanza de beneficios frente a riesgos que pueden acarrear estos fármacos. “El problema está cuando un paciente se automedica y no sigue las instrucciones del médico, pues son únicamente los que pueden llegar a valorar cada caso adecuadamente y decidir según las evidencias científicas que es lo más recomendable” explica.


Esta es la clave de toda la polémica generada. La Agencia del Medicamento (AEMPS) venía observando como la automedicación en farmacos que necesitan prescripción, era una tendencia en aumento entre los consumidores y, por eso, las normas son ahora más rígidas. La ley no es nueva, sino que está en vigor desde 2006 y el único cambio es una mayor concienciación del sector farmacéutico y una aplicación más rígida sobre los medicamentos de Especialidad Farmacéutica con Receta Médica.


Sin embargo, “El hecho de que no precisen receta, no significa que sean inocuos, riesgo para la salud lo pueden tener todos cuando hay una automedicación no controlada” señala Baltasar Pons, presidente de Asprofa, asociación representa a todos los profesionales de la farmacia. Medicamentos como el Ibuprofeno pueden obtenerse sin prescripción en dosis de 400mg y pueden suponer problemas cardiovasculares o gastrointestinales si son usados en grandes cantidades y de forma crónica. Es por esto por lo que el papel del profesional de la salud es crucial sea cual sea el tipo de medicamento que vaya a consumirse. Actualmente, en España podemos diferenciar tres tipos de medicamentos:

  • Medicamentos Publicitarios, también conocidos como EFP[2]. Su dispensación no necesita prescripción de un médico, son de libre uso y están destinados para síntomas menores. Además, están sujetos a la posibilidad de ser publicitados por su fabricante, quien tiene la capacidad de determinar también su precio de venta.

  • Medicamentos de Especialidad Farmacéutica sin receta médica (EFSR). Como su nombre indica no necesitan prescripción, pero su publicidad está prohibida. Estos medicamentos suelen estar financiados por el SNS y por ese motivo sus precios suelen ser menores.

  • Medicamentos de Especialidad Farmacéutica con receta médica (EFCR). Son aquellos que deben ser recetados por un médico. Su publicidad está completamente prohibida y en el envase figura un pequeño círculo distintivo.

Todos estos medicamentos pasan por controles similares de producción, registro y distribución, puesto que finalmente todos conllevan una responsabilidad de uso. Sin embargo, el hecho de que algunos necesiten receta se debe a que, incluso en condiciones normales de uso, deben ser controlados en todo momento por un médico para evaluar sus posibles efectos.

"El que precisa receta, entra en la seguridad social, tiene un precio asignado por ley y a veces cuestan lo mismo o menos, independientemente de la dosis”

Partiendo de esta base, se puede caer en la cuenta de que la legislación presenta ciertas incongruencias. En ciertos medicamentos hay una coexistencia de especialidades, es decir, productos con los mismos principios activos forman parte de simultáneamente de categorías diferentes. Por ejemplo, el Ibuprofeno de 600 mg únicamente puede ser obtenido con receta médica. Sin embargo, esto no ocurre con el de 400 mg, el cual presenta 14 posibilidades de compra sin receta y 18 con receta. “Si el médico te prescribe ibuprofeno de 400mg, en la farmacia te darán una presentación, y si vas a comprarlo por tu cuenta, te darán otra presentación en forma de EFP. Lo del precio, como el que precisa receta, entra en la seguridad social, tiene un precio asignado por ley y a veces cuestan lo mismo o menos, independientemente de la dosis” confirma Baltasar Pons.


Esto no es algo reciente, pues esta paradoja lleva años dándose en este sector. Según un estudio[3] observacional publicado en 2006 en la revista científica ‘Pharmaceutical Care España’, un 10,1% de los principios activos evaluados eran vendidos al mismo tiempo como EFP y como Especialidad de Prescripción Médica. Un problema que puede llevar a consecuencias como la falta de credibilidad del farmacéutico a la hora de recomendar la compra de un medicamento publicitario, puesto que su precio generalmente es superior. Además, este solapamiento puede provoca que los pacientes vean el medicamento como algo que pueden tomar para el autocuidado. Un consumo inocente, pues no necesitan supervisión sanitaria, llevándonos todo ello a la deriva de un consumo descontrolado donde la legislación actual sigue haciendo aguas.


UN PROBLEMA CULTURAL


La gente suele guardar en sus casas los medicamentos que le sobran. En muchas ocasiones, volver a usarlos es una opción muy común, sobre todo si nos enfrentamos a los mismos síntomas. Sin embargo, prácticamente toda la comunidad sanitaria coincide en que esto acarrea efectos negativos, pues el uso de los fármacos es un aspecto crucial en la educación para la salud.


Según la OMS[4], los elementos que influyen en el uso de medicamentos por parte de los consumidores son cinco: la familia, la comunidad, las instituciones sanitarias, el plano nacional y el plano internacional. Estas vertientes son cruciales para configurar la educación que la ciudadanía pose con respecto a un consumo de medicamentos. La necesidad imperativa de consumir medicinas para combatir cualquier malestar se ha extendido por todo el mundo. No es raro encontrar padres que dan a sus hijos medicinas, incluso como método preventivo ante un catarro o una dolencia similar. Esto impide actuar a las defensas naturales del cuerpo y puede desembocar en una resistencia a los medicamentos por parte del organismo que puede fortalecer la infecciones en lugar de disminuir sus efectos.

Sin embargo, seguimos sin ser conscientes de todo lo que la automedicación puede acarrear. Somos deudores de una cultura donde los medicamentos se han normalizado y las nuevas tecnologías son un arma de doble filo, pues son muchas las ocasiones que sirven de altavoz a creencias que sostiene un consumo irresponsable que se ha venido dando desde hace años.


Medicamentos, antibióticos para el acné o pomadas para infecciones cutáneas son aconsejadas por las redes sociales como si se tratasen de simples cosméticos. Guillermo Martín Melgar, conocido por muchos como @farmaciaenfurecida, también está sumergido en el mundo de las redes. Actualmente, acumula más de 55.000 seguidores en Instagram y camina sujetando bajo el brazo su libro Esta Farmacia es una cruz. “Lo que hacen los influencers es lo mismo que hacen muchas vecinas: recomendarse medicamentos a lo loco, sin más información que su propia experiencia“ destaca este joven farmacéutico de 29 años. Estas instagramers como @martacarriedo, cuyas recomendaciones de antibióticos se han vuelto virales en la red, cuentan con más de 500 mil seguidores, “personas que pueden seguir su ejemplo y utilizar mal los medicamentos, que, como ya sabemos, tienen reacciones adversas y no son un juguete” admite Guillermo de forma contundente.

Los nuevos espacios donde la información circula sin ningún control aparente son el nuevo caldo de cultivo para un problema cultural demasiado asentado en la ciudadanía. “Tenemos muy trivializado el medicamento, tendemos a subestimar sus efectos secundarios” explica.


[1] Anti-inflammatoires non stéroïdiens (AINS) et complications infectieuses graves - Point d'Information – ANSM (22/4/2019): http://www.medicosypacientes.com/sites/default/files/ANSM.pdf

[2] Especialidad Farmacéutica Publicitaria

[3] (Carranza Caricol et al., 2019)


BIBLIOGRAFÍA


1.    Carranza Caricol, F., Machuca González, M., Baena Parejo, M. and Martínez Martínez, F. (2019). Disponibilidad y coexistencia de especialidades farmacéuticas publicitarias con otras especialidades de igual composición. Pharmaceutical care España, [online] (Vol. 8, Nº2), pp. 46-54. [Último acceso 5 de diciembre de 2019]. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2244062


2.    ANSM. Medicamentos antiinflamatorios no esteroideos (AINE) y complicaciones infecciosas graves. [Último acceso 5 de diciembre de 2019]. Disponible en: http://www.medicosypacientes.com/sites/default/files/ANSM.pdf

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